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NICARAGUA - 2008

Disfrutando de Little Corn Island III

Disfrutando de Little Corn Island III

 

No hay mejor despertar que el del sonido de las olas rompiendo en la playa este de Little Corn Island.  Me encanta este lugar.   Y me encanta la tranquilidad que el lugar inspira. En las cabañas no hay mucha gente hospedada y todos madrugan menos que yo, de modo que comparto la soledad del amanecer con las aves que recorren la orilla de la playa en busca de pequeños cangrejos que llevarse a su pico mientras leo en una de las hamacas.  Parece que hoy las nubes van a ganar la batalla al sol, pero no importa, tomo posesión de mi hamaca y me tumbo a leer, sin saber ni tan siquiera la hora que es, ¿eso que importa?   Comienzan a dejarse caer pequeñas gotas de agua.  No me molestan en absoluto, la sensación de estar tumbado en la hamaca dejando que la lluvia refresque el ambiente es bastante agradable, pero decido tomar refugio bajo una de esas sombrillas que hay construidas con hojas secas de palmera puesto que mi libro no soporta tan bien como yo la lluvia.

 

Pero la lucha no cesa, y al final el sol consigue hacerse con las nubes y consigue su espacio entre ellas para dejar caer sus rayos sobre la pequeña isla caribeña.  Momento idóneo para tomar un buen baño y seguir la lectura a la sombra de una palmera cocotera.  Llega el peor  momento del fin de semana, que supone tener que pedir la cuenta al encargado de las cabañas para abandonar el lugar, y dirigirme al club de buceo para hacer dive (submarinismo) de nuevo.   Llego allí sobre las once, donde preparo mi equipo con la ayuda de los empleados del club y hago de nuevo migas con “Sandra” mi monitora y compañera bajo las profundidades del mar, que me acompaña y me asiste en todo lo que necesito.  Ella es americana, y me explica muchas cosas, la mayoría no las entiendo, pero le digo que si la he entendido, así es como actúan los nicas, y yo me estoy acoplando muy bien a sus costumbres. Cogemos de nuevo la lancha que nos lleva a otro destino diferente al de ayer.  Hoy Simona ha preferido no repetir la aventura, puesto que con un día de sumersión era suficiente, según justifica.  Pero yo en cambio, no tengo bastante ni con estar todo un año debajo del agua, la aventura y la sensación de estar buceando junto a miles de peces que se acercan a ti con la misma curiosidad con la que tú te acercas a ellos es difícil de explicar.  Hoy la inmersión es mejor que ayer si cabe, puesto que disfrutamos de aguas mas profundas, a doce metros de profundidad, mas tranquilas  y con especies totalmente diferentes a las de ayer.  Uno de los americanos que también bucea en el grupo, el cual intentaba mantener conversación conmigo en la lancha me llama bajo el agua para que pueda divisar con él a tres langostas enormes que están en una de las cavidades de la gran masa de coral,  me impresiona lo difícil que ha sido comunicarnos en la superficie y lo bien que nos entendemos bajo el agua con señas, gestos y expresiones de asombro.  Y no voy a describir todo lo que vi, porque es imposible recordarlo y porque estaría aquí hasta la hora de mi vuelo a España, así que os ponéis uno de los documentales marinos de la 2 y os hacéis una idea.

 

Llegó el momento de subir a la superficie puesto que el oxigeno que queda en las botellas es escaso, me entristece cuando Sandra me hace señas de que hay que dejar el fondo marino, pero es lo que hay.   Al llegar a la superficie del agua nos encontramos con una pequeña tormenta que agita mucho las olas.  Me recuerda mucho a tantas y tantas películas de naufragios, ya que estamos Sandra y yo alejados de la lancha esperando a que venga a nosotros y el vaivén de las olas hace que en ocasiones no divisemos ni la lancha ni tierra a la vista,  una sensación muy emocionante.  Una vez en tierra me despido de mis amigos submarinistas y me dirijo al muelle a esperar la panga que sale para la isla más grande desde donde cogeré mi vuelo a Bluefields.  Allí en la espera conozco a un chaval de Washington que está también como cooperante de profesor en una pequeña escuela de Granada.  El está aquí para cuatro meses, pero es que Granada es una ciudad para permanecer durante mucho tiempo. Me parece un tipo interesante, ha aprovechado el largo fin de semana para conocer Corn Island, aunque no ha disfrutado tanto de la isla como yo según me cuenta.

 

La panga llega con algo de retraso, son mas de las dos y a las dos tenía que presentarme en el aeropuerto para que me solucionaran el tema de mi inexistente boleta, pero en este país nadie se pone nervioso, solo nosotros los extranjeros.  El viaje en panga es algo parecido a las atracciones de Port Aventura.  Teniendo en cuenta que este lloviendo y que hay una marea considerable, al marinero de turno no le importa lo mas mínimo y pone a prueba los motores de la embarcación,  no sabría decir la altura que tomaríamos en los saltos entre ola  y ola, pero creo mas de lo que recomendaría cualquier hombre de mar.  El trayecto al principio es divertido, pero llega a ser acojonante, y esto sumado a una chopada provocada por las olas que no cesan de salpicarnos y que son ayudadas de una ligera lluvia.

Llegada a puerto, afortunadamente sin la pérdida de ningún pasajero en ninguno de los sucesivos saltos de la panga, pero eso si, sin ningún pasajero con los correspondientes hematomas en su trasero.  A mi llegada cojo al primer taxista que veo y le transmito mi prisa por llegar al aeropuerto en el que estaba citado hacía ya una hora.  El taxista me dice que no me preocupe pues el avión parece está averiado.

En el aeropuerto no tengo ningún problema, el hecho de no tener boleta no es indispensable para volar.  Impensable en España.  Como también es impensable que para revisar el equipaje tengas que sacar todas las cosas que llevas en la mochila y  mostrárselas a un empleado de aeropuerto que las examina con sus manos protegidas por guantes blancos de látex.

 

Ya me han advertido de que el vuelo saldrá con algo de retraso, pero mi sorpresa es mayor cuando me entero del motivo del retraso ya en la sala de espera.  Resulta que la avioneta que tiene que llevarme a Bluefields ha sufrido una avería en el aterrizaje.   Al llegar a la pista se reventó la rueda derecha y está en  mitad de la pista sin que haya ningún medio de arrastre para quitarla del lugar.   Mi estado de sorpresa no cesa, puesto que una humilde azafata de tierra pide ser escuchada en la sala de espera y solicita voluntarios para ayudar en el desalojo de la pista de aterrizaje, ya que ha salido un vuelo desde Managua para sustituir la avioneta averiada pero ésta no puede aterrizar si no se consigue desalojar la pista.  Y bueno, siendo que piden voluntarios y yo a este país he venido precisamente a eso, a hacer voluntariado internacional, dejo mis cosas al cargo de una de las pasajeras y me lanzo a la pista de aterrizaje.  Entre 12 hombres, entre ellos personal del aeropuerto, militares y pasajeros, bajo las órdenes del piloto y su ayudante y con la compañía de una suave lluvia, conseguimos con grandes esfuerzos enderezar la rueda averiada y empujar la avioneta hasta desalojar la pista de aterrizaje.  Esto solo puede pasar en Nicaragua. 

 

La espera en el aeropuerto no se hizo muy larga, puesto que estos días tengo la compañía de un libro, además del que me regaló Nuria, que entre uno y otro van ocupando los ratos de espera, que en este país son abundantes. También conozco allí a una alemana, de avanzada edad, que trabaja con una ONG, durante muchos años aquí en Nicaragua.  Llevan a cabo varios proyectos, entre ellos reforestación, y uno muy curioso que ya vi en Kukra River: con excremento de animal, y agua, todo ello mezclado en unos depósitos de plástico, producen gas que utilizan para cocinar. Muy interesante, tanto los proyectos como la vida de esta señora tan agradable.

 

Al fin consigo llegar a mi destino, deshacer mi mochila, secarme  y pegarme una ducha para cenar algo.  Hoy han sido muchas las cosas que me han pasado, es increíble lo que da un día de sí.

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