Disfrutando de Little Corn Island II
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A la mañana siguiente madrugo bastante. La luz del sol suele despertarme, así que a las cinco hay un sol como el de las doce del medio día en España y eso me tira de la cama a patadas. Decido recorrer la isla por toda su vertiente oriental. ¡Buá! Nunca pensé que podía haber un lugar tan bonito. Las playas caribeñas las hemos visto cientos de veces por las películas, pero en realidad son más bonitas si cabe. Añadiendo que esta parte de la isla está totalmente virgen, que no hay cabañas, ni casas ni complejos turísticos, ni mega apartamentos como en otros lugares. No hay nada, solo palmeras, aves, cangrejos, arena blanca, agua cristalina y para más colmo no encuentro a nadie en todo el paseo, solo a un indígena que bebía coco a la orilla de la playa sobre una roca. Este paseo creo que no se me olvidará en la vida.
Regreso a las cabañas para desayunar con Simona y partir hacia un centro de submarinismo que habíamos contratado el día anterior. Tras unas clases teóricas (en ingles eso si) un video y unas cuantas prácticas en aguas no profundas, nos embarcamos en una lancha que nos llevaría a uno de los cientos de arrecifes de coral que rodean Little Corn Island. Y aquí vuelvo a alucinar en colores, nunca mejor dicho porque la diversidad de color que hay en la profundidad del Caribe es alucinante. Peces de mil especies, de mil tamaños, de mil colores. Corales, seres extraños, colores, formas… Bueno, indescriptible, algo así parecido como a un documental de esos de la dos que tanto me relajan cuando los pongo. La experiencia ha sido fabulosa y pienso repetir al día siguiente si el tiempo lo permite. Simona en cambio no se siente tan cómoda bajo del agua, pero es que yo me siento como si hubiera vivido en un estado así toda mi vida. La monitora, no cesa de felicitarme por lo bien que hago todo lo que me enseña. Se quedo alucinada cuando vi que limpiaba sus gafas bajo del agua con unas algas y yo al ver q lo hacía hice los mismo, me las quite las limpié y me las puse. Luego fuera en inglés me decía que no se explicaba como podía haberlo hecho con tanta seguridad sólo con ver como lo hacía ella y por iniciativa propia. La sumersión dura poco mas de media hora, puesto que ya habíamos utilizado oxigeno en las pruebas previas, pero a mi se me pasó volando. Una pena que se acabara.
El resto del día transcurre en las hamacas que tanto voy a añorar el resto de mi vida, ya que su comodidad, su cercanía a un mar tan limpio y el ruido de las pequeñas olas que casi llegaban hasta las palmeras inspiraba una tranquilidad y una felicidad que es imposible que pueda transmitir con palabras.
La cena la comparto con Simona, y es interesante comernos juntos unos pescados recién sacados del mar, y como acompañamiento la conversación de las costumbres de su país, que prometo tengo que conocer. Cuando vuelva a España creo que voy a dejar mi trabajo y me dedicaré a conocer diferentes culturas, diferentes países, diferentes gentes. Creo que he nacido para eso. Simona también conoce otros países, para tener sólo 24 años ha viajado mucho y me encanta que me transmita sus impresiones sobre las gentes y lugares que ha visitado.
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Yin -